Dar el paso de iniciar un proceso de terapia es una elección que tiene un componente muy subjetivo y personal. En este artículo NO voy a ofrecerte, pues, un listado de puntos con conductas o síntomas que sean indicativos de que estás tan “mal” como para tener que tomar esta decisión – esto lo puedes encontrar en múltiples textos que circulan por la red. Por el contrario, voy a mostrarte las tres situaciones principales por las que puedes sentir la necesidad o motivación de buscar ayuda para iniciar tu propio proceso de introspección y cambio. ¿En cuál de ellas te reconoces?
Todos queremos ser felices. Y contrario a la felicidad es el sufrimiento. En este sentido y dicho de forma simple y directa, el principal motivo por el que buscamos ayuda terapéutica profesional es porque queremos estar bien. O, cuando menos, mejor de lo que ahora estamos.
Sin embargo, el punto de partida y el grado de malestar y sufrimiento en el que nos encontramos puede ser muy distinto según cada caso. De este modo, una posibilidad es que por determinados acontecimientos que han sucedido en tu tu vida, estés pasando actualmente por un momento difícil (A), necesitando así apoyo y orientación.
No obstante, sin necesidad de que nada comprometido esté sucediendo actualmente en tu vida, puede ocurrir que interiormente te sientas mal desde hace algún tiempo y no sepas cuál es la causa de tu malestar (B).
A diferencia de los dos anteriores casos, es posible también interesarse en la terapia aun sintiéndonos más o menos bien con nuestra vida (C), sin estar experimentando por tanto ningún desbordamiento que nos obligue a buscar ayuda desde la urgencia. Ello no significa en este caso que no detectemos quizás algunos aspectos de nosotros o de nuestra vida que no acaban de funcionar, o que podrían funcionar mejor. Posiblemente estemos interesados pues en el autoconocimiento y el crecimiento personal: queremos empoderarnos y tener una vida más plena y feliz, tomando mayor consciencia de nuestras potencialidades pero también de nuestros patrones negativos y carencias, podando el árbol que somos para que pueda así crecer mejor, sin necesidad de esperar a un vendaval que haga tambalear nuestras raíces.
Cualquiera de estas tres situaciones son válidas como punto de partida a la hora de tomar la decisión de iniciar terapia, de mirarnos y adentrarnos en nuestro propio proceso de transformación. Veamos estas tres posibilidades con más detalle.
A – Estás pasando por un momento vital difícil
La vida no es algo plano ni lineal. Todos pasamos por momentos tranquilos y estables, pero también por momentos emocionalmente agitados y confusos. Inevitablemente, estamos sujetos a cambios y acontecimientos externos que muchas veces no podemos controlar. En cambio, nuestra forma de reaccionar, emocionalmente, conductualmente y con nuestros pensamientos e interpretaciones acerca de esa dura realidad, sí que es ámbito de nuestro dominio y podemos trabajarlo en terapia.
A veces sentimos miedo, tristeza, ansiedad o inadecuados sentimientos de culpa por situaciones que nos suceden. A veces ponemos el botón emocional en off, para así no sentir. En muchas otras ocasiones reaccionamos huyendo o nos enganchamos obsesivamente en pensamientos e interpretaciones de la realidad que a ningún lugar nos conducen. Aprender a gestionarnos emocionalmente y ver claro qué pone en juego una complicada situación en nuestra vida no es una tarea fácil. No lo es porque, salvo excepciones, nunca nos han enseñado a ello. Por eso es importante buscar apoyo y orientación con un profesional de la ayuda.
Si, como hemos dicho, a terapia acudimos para dejar de sufrir, entonces es bueno que nos preguntemos: ¿qué acontecimientos nos causan dolor emocional? No hay una respuesta universal, sino personal y particular a cada caso. No obstante, con mucha frecuencia nos atragantamos con las pérdidas y los duelos. Dado que es pues un punto muy importante y motivo de sufrimiento en nuestras vidas, vamos a ver brevemente el asunto del duelo, pero no sólo desde una perspectiva literal, sino en un sentido mucho más amplio.
- De forma literal, cuando pensamos en hacer un duelo nos imaginamos el fallecimiento de un ser querido. Una muerte que todavía no hemos podido superar puede ser perfectamente un motivo válido para iniciar terapia.
- De forma más amplia, hay personas importantes en nuestra vida que pueden desaparecer sin que por ello fallezcan. Uno de los ejemplos más habituales de esto lo puedes encontrar en una relación de pareja que termina, lo cual es un final: la de una forma de vida junto a otra persona y la del vínculo que tenías con ella.
- Puedes entender también como duelo el fin de cualquier situación vital a la que te apegues porque sientas que da sentido a tu vida y te reporta seguridad y felicidad. Así, son también «muertes» el perder un empleo o tener que mudarte de tu ciudad, por poner sólo algunos ejemplos de situaciones que implican un cambio importante.
Los duelos son situaciones vitales complicadas que a veces nos toca atravesar y que, con mucha frecuencia, no sabemos cómo gestionar adecuadamente. A veces optamos por no mirar, no sentir, o bien, en el otro extremo, nos ahogamos emocionalmente en ellas. Debemos aprender a procesar nuestras emociones y pensamientos, sentirlos, digerirlos y evaluarlos conscientemente, aprendiendo de la situación si procede y volviendo así a encontrar nuestro centro de forma sana.
Pero, además de las pérdidas o cierres, también las nuevas situaciones, los nuevos comienzos, no están exentos de dificultad. A veces nos sentimos incapaces de manejar esa nueva situación, no nos sentimos preparados, pudiendo sufrir sentimientos de inadecuación, falta de autoestima o autoconcepto equivocados, en ocasiones con síntomas de estrés o ansiedad añadidos que empeoran nuestra capacidad de responder adecuadamente a los nuevos retos que nos está planteando nuestra vida.
Cierres y aperturas; aperturas y cierres. Un cierre implica siempre un nuevo comienzo por venir, y un nuevo comienzo ha sido siempre antecedido por un cierre. Y entre ambos, ocasionalmente, nos encontramos con conflictos, a veces ciertamente complicados, que tenemos que gestionar. En función de si tienen su origen o no en relaciones con otras personas, podemos clasificarlos en dos grandes grupos, en los que te adjunto algunas situaciones habituales que son motivo de terapia.
- Conflictos interpersonales. Excesiva timidez al relacionarnos con los demás; mala gestión de la rabia en las relaciones interpersonales. Problemas de falta de comunicación en el ámbito familiar y, muy en especial, en el ámbito de la pareja, añadiendo para esta última dos problemas bastante comunes objeto de terapia: miedo al compromiso o, en el otro extremo, dependencia emocional. Por supuesto, podemos agregar aquí, entre otras situaciones, situaciones de conflicto en el ámbito de las relaciones laborales con compañeros y/o jefes.
- Conflictos intrapersonales. En realidad, lo que nos pasa con los demás remite en gran medida a nosotros mismos y, en este sentido, muchos de los conflictos que enfrentamos afuera encuentran su espejo en nuestro mundo interior. ¿Cómo nos relacionamos con nosotros mismos? Esta pregunta puede llevarnos a descubrir problemas de baja autoestima; miedo a la soledad; autoconcepto o autoimagen sesgada; problemas en la aceptación de nuestro cuerpo y, por extensión, conflictos en la relación con la comida; excesiva exigencia o presión sobre nosotros mismos… Podemos experimentar dudas y confusión ante decisiones importantes que tengamos que tomar, en el ámbito laboral, en relaciones sentimentales, pero también con respecto a nosotros mismos.
Así que en todos los ámbitos de nuestra vida podemos pasar por momentos dificultosos que emanan conflictos. No tenemos que obligarnos a ser capaces de lidar con todo; no tenemos por qué hacerlo solos, porque a veces no podemos. Y no debemos juzgarnos negativamente por ello.
B – Estás mal, pero no sabes de forma concreta por qué
No siempre el estar mal tiene una causa que puedas reconocer fácilmente a simple vista, y menos todavía que esta tenga su raíz en tus acontecimientos externos actuales. Probablemente un observador externo no sería capaz de encontrar problemas en tu vida, y no entendería ni empatizaría con tu malestar. “Todo en tu vida está bien”, te diría. “Céntrate en lo mucho que sí tienes; ¿por qué vas a sentirte tan mal?” Posiblemente algunos te hayan juzgado en este sentido. O quizás seas también tú misma quien lo ha hecho en ocasiones.
Lo cierto es que no funcionamos de forma simple. Somos complejos. Es bueno darte el espacio para aceptar lo que hay en ti, lo que eres, sea lo que sea; sin juicios, sin “debería ser”. Porque tu malestar interno tiene sus causas, no necesariamente externas, y no necesariamente fáciles de ver. En muchas ocasiones, estas causas no se encuentran en situaciones que están ocurriendo en un estresante presente, sino en aspectos claves de tu pasado, de tu infancia o adolescencia, situaciones duras que merecen atención porque han dejado su huella y han contribuido a configurar tu personalidad actual. Porque lo que ahora somos es también lo que un día fuimos y nos hicieron.
Así que es muy posible que te sientas mal, infeliz y sufras, sin ver exactamente cuáles son los motivos. De hecho, algunos de los síntomas que a veces padecemos están ahí precisamente para ocultar determinadas realidades emocionales dolorosas, haciéndonos inconscientes a ellas. Un ejemplo lo podemos encontrar en la ansiedad, dándose esta de forma que en ocasiones quien la sufre no sabe exactamente a qué viene ni por qué y, menos todavía, cómo debe gestionarla. En otras ocasiones, pueden existir sentimientos de tristeza o apatía, sin que podamos determinar claramente su causa, y que lamentablemente lleguemos a aceptarlos como una normalidad en nuestro día a día.
Es importante en estos casos que no te resignes a tu situación, que no aceptes como normalidad algo que no lo es. Porque tienes derecho a ser feliz, y la posibilidad de serlo.
C – Te interesa el autoconocimiento y el crecimiento personal
Podemos decidir iniciar una terapia sin que nos sintamos aparentemente mal ni tampoco desbordados por los acontecimientos actuales de nuestra vida. Incluso puede llegar a parecernos que las cosas marchan aceptablemente bien, aunque pueda haber algunos aspectos en nosotros y en nuestro día a día que parecen estar diciéndonos algo.
Quizás estés dándote ya cuenta de situaciones que se te repiten una y otra vez, sin que seas capaz de evitarlas. Situaciones en el ámbito de las relaciones, situaciones en la forma de funcionar en tu día a día, pensamientos recurrentes o algunas emociones con mucha más presencia que otras… Puedes llevar tiempo persiguiendo satisfacer alguna necesidad importante en algún ámbito de tu vida, pero a pesar de muchos intentos, no sabes qué es pero algo no funciona. Puede haber, pues, cierto estancamiento en algunas áreas de tu vida en las que te gustaría evolucionar y crecer, sin que por ello haya una necesidad apremiante.
La sed por el autoconocimiento y las ganas de estar mejor y crecer no tiene por qué estar ceñida a aquellos que más lo puedan necesitar. Por supuesto que no. Es, en realidad, mucho más conveniente afrontar las pequeñas dificultades internas cuando todavía podemos manejarlas bien. Lo ideal es que construyas y repares tu casa – metáfora de tu yo – cuando el tiempo es cálido y apacible, sin esperar a encontrarte en medio de una tormenta para empezar a hacerlo.
La terapia puede ser entendida también como un acompañamiento para el autoconocimiento de la propia personalidad adquirida – y también de aquello transpersonal que está más allá de ella. Lo puedes ver como una aventura, como un viaje hacia tu interior. Descubres en tu proceso terapéutico de introspección cuáles son aquellos puntos fuertes de tu carácter, pero también aquellos más débiles que conviene saber ver para compensar y cultivar. Puedes también bucear en tu pasado, para comprender mejor tu presente, para comprenderte mejor; para aprender a ser más tú misma, para encontrar qué es genuino en ti y qué no lo es, deconstruyéndote y descubriéndote, empoderándote para ser más tú.
¿Cómo puede ayudarte la terapia?
Si sientes el impulso, la necesidad o la motivación de empezar tu propio proceso de cambio, si te reconoces en alguna de estas situaciones, es necesario que busques y encuentres aquella forma de terapia y terapeuta con el que te sientas cómodo y percibas sintonía.
Concretamente, dentro del marco de las terapias humanistas, la Terapia Gestalt emplea una metodología que tiene en la fenomenología su piedra angular. Particularmente, esta se encuentra en sintonía con distintos aspectos de la filosofía oriental, y muy en particular con las posibilidades que nos ofrece la meditación o mindfulness , que aplico de forma psicoterapéutica para el autoconocimiento (puedes aprender más acerca de cómo introducirte en la práctica de la atención plena en este enlace).
Se trata de una terapia que va más allá de la patologización de los problemas psicológicos considerando que la línea que separa salud de enfermedad es mucho más fina de lo que nos han hecho creer. Entre el blanco y el negro hay múltiples grados y grises. Del mismo modo, la terapia no es sólo una técnica que se aplique de forma puntual para resolver una determinada problemáticas psicológica, sino que adquiere un enfoque integral y holístico que puede incorporarse como una poderosa filosofía orientada el crecimiento personal.
Esta forma de terapia se orienta predominantemente al aquí y ahora, a tu presente, en un ejercicio de pragmatismo, pero permitiendo también, si el terapeuta dispone de formación, bucear en tu inconsciente accediendo a memorias y situaciones del pasado que están afectándote de forma directa o indirecta (un ejemplo de trabajo de este tipo lo puedes encontrar con los sueños. Si estás interesada en el trabajo con sueños, puedes leer este artículo).
En cualquier caso la terapia ha de ser siempre un espacio en el que puedas ser tú misma, en confianza, en la confidencialidad que implica el marco terapéutico, sintiéndote acogida, escuchada y acompañada sin juicio, haya lo que haya, desde el afecto y la empatía, fomentando así tu propio afecto y empatía hacia ti misma. Es, a la postre, una invitación a que puedas ir convirtiendo poco a poco ese apoyo inicial externo que te brinda el terapeuta, en tu propio autoapoyo.
La terapia tiene en definitiva como propósito que te conozcas mejor, ampliando así tu consciencia y empoderándote, para que puedas hacer frente a los retos que se planteen en tu vida. La función de los terapeutas no es, pues, dar consejos, sino ayudarte a que tú mismo puedas valorar de forma más objetiva las situaciones con las que te encuentras, cómo te sientes en ellas, qué aspectos emocionales, actitudinales y de pensamiento están entrando en juego, y cuáles son tus verdaderas motivaciones a la hora de tomar una u otra decisión concreta.
En mi blog encontrarás abundante material de apoyo que puede ayudarte a conocerte mejor, así como descubrir claves para entender mejor tu mundo emocional aprendiendo poco a poco a gestionarlo de forma más eficaz.
Referencias
Peñarrubia, Francisco: Terapia Gestalt, la vía del vacío fértil. Alianza Editorial.
Trauma infantil en la adultez: ¿Cómo detectarlo? https://www.latercera.com/paula/noticia/trauma-infantil-en-la-adultez-como-detectarlo/LPAYS2Y5YZCBFI7XWHKLRL3VIM/
Cómo reconocer la ansiedad y cómo controlarla https://segoviaaldia.es/art/11285/como-reconocer-la-ansiedad-y-como-controlarla
¿En qué consiste la terapia Gestalt? https://lamenteesmaravillosa.com/en-que-consiste-la-terapia-gestalt/
2 comentarios en “¿Cuando empezar terapia? Los 3 principales motivos”
Creo que he tenido un momento de ataque de ansiedad y digo creo porq realmente me da un poco de indiferencia mis propias reacciones
Vaya Elisabeth.
Si te tuviera delante te preguntaría qué es lo que ha pasado durante la lectura del artículo.
Espero que estés bien.