¿Tiendes a sentirte culpable? Quizás así te sientes en lo hondo y puede que todavía no seas consciente de ello. O quizás sí sientes el peso de la culpa pero no seas capaz de deshacerte de ella. Este artículo es una invitación a mirar adentro para poner algo de luz en cómo es la culpa en ti y en nosotros, cómo nos afecta a nivel consciente e inconsciente en nuestras vidas, al tiempo que en nosotros mismos se encuentra la llave de la solución. Deshacernos del sinsentido de la culpa y fomentar un correcto sentido de responsabilidad es el camino para liberarnos de ese lastre y ser más funcionales en la forma de abordar nuestros problemas cotidianos y personales.
La culpa puede estar debajo de algunas de nuestras conductas, pensamientos y formas de ver nuestra vida. Sucede con frecuencia que no somos capaces de reconocerla o ver cómo está operando en nosotros. Es posible que vivamos apesadumbrados sin saber claramente cuál es el motivo; y por supuesto puede ser que sí conozcamos certeramente el motivo de nuestro pesar o tristeza, y nos sintamos culpables por no ser capaces de hacer que las cosas sucedan o hayan sucedido diferente.
Existen muchas formas de gestionar mal la culpa una vez esta ya está ahí. En algunos casos, para evitar sentir la culpa y el dolor emocional, sucede que se llega a la insensibilización, apareciendo así una apatía por la vida. En otras ocasiones, tanta puede ser la presión por el sentimiento de culpa que podemos explotar y entonces somos nosotros los que señalamos indiscriminadamente a los demás como responsables de todos nuestros males. Es frecuente que en ocasiones sintamos culpa por cargar con un excesivo peso respecto a algo muy concreto que creemos que está a nuestro alcance arreglar; esto puede generarnos estados de angustia y ansiedad. ¿Tenemos una autoexigencia excesiva? Debemos preguntarnos pues cómo están nuestros niveles de autoestima y mirar adentro con el corazón para descubrirlo.
Cambiar el lenguaje aquí y ahora. Cambiar nuestra forma de pensar
¿Qué tal si empezamos a ver el asunto de la culpa cambiando la lente de nuestras gafas? En este caso, te propongo que cambiemos primero la forma como usamos el lenguaje, y por tanto la forma como nos hablamos a nosotros mismos y a los demás. Hablemos pues mejor de «sentido de responsabilidad” en lugar de hablar de “culpa”. Es un pequeño cambio, un pequeño matiz en el significado, pero nuestra psique está formada por palabras y significados, y algo aparentemente tan pequeño puede llegar a ser muy poderoso. No obstante, aun con todo lo ventajoso que implica pensar en términos de “responsabilidad” en lugar de “culpa”, es muy importante que estemos muy atentos para no responsabilizarnos tampoco de asuntos en los que no somos realmente responsables – o mucho menos de lo que nos consideramos o los demás nos consideran.
Volviendo al lenguaje: no es lo mismo decirte que eres en parte responsable en algo que está sucediendo o ha sucedido, a decirte que tienes la culpa de esto que ha sucedido. En tono emocional es muy distinto. La noción de responsabilidad nos empodera y nos conecta con nuestras capacidades, al tiempo que nos respeta y acepta en nuestras limitaciones mientras que el concepto de la culpa nos conduce a lo pecaminoso, a una mancha en nuestro interior y a no sentirnos dignos ni merecedores de amor. Con la culpa, ya no tenemos remedio; con la responsabilidad, hacemos lo que podemos desde nuestras capacidades, y no cargamos con la losa de un “debería” imposible para nosotros. Es característica de la culpa que la vivamos como esta losa que nos cae encima y de la que no podemos escapar, como un castigo añadido que nos infligen o nos autoinflingimos por añadidura ante las malas consecuencias de nuestras acciones. No obstante, es importante que veamos que podemos decidir comenzar a parar toda esta rueda de pensamientos y emociones simplemente empezándonos a dar cuenta de ellos. Y entonces nos preguntamos: ¿es realmente necesaria toda esa carga negativa y dureza con nosotros mismos? ¿tienen alguna utilidad que nos autocastiguemos de esta manera?
Las raíces de la culpa y la educación familiar recibida
Los motivos que causan la aparición de los sentimientos de culpa se remontan al origen de nuestra personalidad, es decir, casi al comienzo de nuestra vida. Aunque muchos ya no lo recuerden, cuando éramos niños todo era mucho más liviano, sentíamos conexión con nuestro impulso, con nuestro deseo, y nos sentíamos llenos de vitalidad. Así es como todos empezamos nuestra vida, en un estado de felicidad conectado al presente, sin sentir cargas por el pasado; empezamos siendo este impulso natural y vital, espontáneo y positivo, que no sentía culpa ni vergüenza de ser lo que era. Pero este estado duró poco. Duró hasta que empezamos a tomar contacto con esa consciencia moral, supuestamente racional y evaluadora, que nos decía lo que estaba bien y lo que estaba mal; una consciencia moral que “absorbimos” desde fuera, en el contacto con las figuras de autoridad representadas por nuestros padres. Poco a poco, a través de ellos, fuimos integrando nuestro sentido del “deber”: nos dijeron lo que estaba bien y lo que estaba mal, lo que se debía hacer y lo que no, y con ello apareció un grave problema: nos hicieron sentir que sólo íbamos a ser dignos de amor si obrábamos como nos pedían. En otras palabras, sólo íbamos a ser amados y aceptados si éramos “niños buenos”, según lo que en nuestra familia y en la sociedad se consideraba “bueno”. Esto puede variar según el caso, pero en la cúspide del ideal de bondad que se nos inculca suele encontrarse en primer lugar el valor de la obediencia: el niño bueno es ante todo el obediente, el que hace caso a sus padres sin dar problemas ni rebelarse.
Otra educación es posible: ante todo, una que no asocie nuestro buen obrar o mal obrar, nuestro hacer, con nuestro ser; una que nos enseñe y ayude a comprender por qué algo está bien o está mal, de forma que podamos integrarlo no sólo como un mandato, no como algo que debemos hacer para que se nos ame. Una educación promovida por unos padres y madres que nos digan ante todo: “yo te amo y eres digno de amor en lo que eres”, para, desde ahí, en un proceso educativo de acompañamiento, aprender qué conductas y valores son funcionales o disfuncionales. Esta sería una educación que erradicara de la infancia la semilla de la culpa, para fomentar en su lugar el desarrollo de un sano sentido de responsabilidad.
De vuelta al presente: observar lo interiorizado
Desde un punto de vista teórico, nuestra psique se configura en función de esas vivencias acontecidas en la primera infancia. Para Eric Berne, fundador del Análisis Transaccional, la psique tiene tres instancias psicológicas interiorizadas: padre, adulto y niño. Para que puedas hacerte una idea, es como si estas tres “personas” vivieran siempre en ti, pero a cada momento una u otra toma el control o influye indirectamente sobre las otras. Todo ello, generalmente de forma inconsciente. Este modelo es muy asimilable al de la Terapia Gestalt, en tanto que esta última considera, de forma más amplia, que la personalidad es un conjunto de subpersonalidades en relación. Referente al tema de la culpa que nos ocupa en este artículo, es en la instancia o subpersonalidad “padre” y en cómo se relaciona con la subpersonalidad “niño” donde radica el problema de los sentimientos de culpa. La forma como interiorizamos en la infancia nuestra relación con la autoridad, con nuestro padre/madre, resulta decisiva. La falta de desarrollo del sano sentido de la responsabilidad está en la base del problema educativo que mencionábamos, y es el problema fundamental por el cual cuando somos adultos conviene que revisemos estos asuntos en un proceso de terapia.
Desde un punto de vista más clásico, si tomamos el modelo freudiano, nuestra parte paternal, nuestro sentido del deber, corresponde a aquella parte de la psique que Freud nombraba como “superyo”. Un día esa parte “padre” estaba afuera de nosotros, con todos sus mandatos y deberes y la exigencia de cumplirlos. Poco a poco, sin que nos diéramos cuenta, esa parte “padre” se volvió una con nosotros y forma ahora parte de nuestra psique, en tantas ocasiones torturándonos por no ser aquello que deberíamos ser y haciéndonos sentir culpables por ser como somos.
¿Cómo es el “padre” en nuestro interior? ¿es flexible y abierto a escuchar o es autoritario y autoconvencido? ¿es hiperexigente o es comprensivo con las limitaciones de nuestro “niño” que toma la acción? ¿es capaz nuestro padre de recoger y escuchar las necesidades de nuestro niño? ¿Impone y coacciona a nuestro niño con el deber o razona afectuosamente con él para que libremente descubra qué es lo mejor para sí?
Y, de forma inevitable en relación a nuestro padre, ¿cómo es el niño que habita en nuestro interior? ¿se siente malo, desobediente o inútil, sintiendo así culpa, o por el contrario se siente amado y con un sentido de responsabilidad acorde a sus posibilidades? ¿escucha con gusto nuestro niño a nuestro padre interior o le vive con angustia y ansiedad? ¿le ve como un aliado o como un obstáculo para alcanzar sus metas y ser feliz?
Estas y otras preguntas, con sus respuestas, emergen en el proceso de mirarnos a nosotros mismos, descubriendo estas subpersonalidades que hemos interiorizado, habitándolas, para propiciar el cambio que haga funcionar esa indisociable pareja padre-niño que un día vivimos en nuestra infancia y que ahora inconscientemente vive en nosotros mismos. Una pareja que tanto potencial entraña, y que tristemente tantas veces carece de entendimiento mutuo, causándonos disfuncionalidad e impregnándonos de sentimientos de culpa, tristeza, desesperanza o ansiedad, en lugar de una sana autoestima y un afinado sentido de responsabilidad con nuestra propia vida.
Referencias e imágenes:
https://lamenteesmaravillosa.com/la-culpa-y-la-preocupacion-como-eliminarlas/
http://analisisconsiliatorio.blogspot.com/